La carrera espacial suma una nueva fecha histórica, una de esas que conviene manejar y, a su manera, marcan un hito: el 4 de marzo de 2021. No pisamos ningún planeta inhóspito, ni lanzamos un nuevo instrumento de estudio, como el James Webb. La hazaña en esta ocasión fue bastante menos épica y mucho más bochornosa. Por primera vez desde que nos dedicamos a explorar el universo, un fragmento de basura «made in Earth», fuera de control y de origen dudoso, impactó contra la superficie de la Luna. Lo hizo sin que nosotros lo hayamos enviado allí ni tengamos la menor idea de si el responsable es SpaceX, China o alguna otra corporación o país.
Que se sepa, el impacto —se cree que el fragmento es el propulsor de la nave Chang’e 5-T1—
no pone en peligro ninguna nave ni misión. En sí, no supone una tragedia. Si resulta alarmante es por su significado: nos demuestra que la basura espacial es un problema muy real.
Ni nuevo, ni menor. Así es, el de la basura espacial no es un problema ni nuevo ni menor. Desde que comenzó la era espacial, en los años 50, hemos puesto en órbita miles de cohetes y otros tantos satélites. No es fácil llevar la cuenta. Solo el 3 de febrero SpaceX lanzó 49 a la órbita baja de la Tierra para su servicio Starlink, la mayoría inutilizados poco después por una tormenta geomagnética.
Disponemos sin embargo de algunos datos que nos ayudan a dimensionar el problema. Un informe publicado hace dos meses por la NASA muestra que la órbita baja de la Tierra —LEO, por sus siglas en inglés— acoge al menos 26.000 fragmentos iguales o mayores que una pelota de béisbol, tamaño suficiente para destrozar un satélite. De las dimensiones de una canica habría más de 500.000 y más de 100 millones similares a un grano de sal. Puede parecer una talla minúscula, pero si uno de ellos impactase contra el traje de un astronauta podría perforarlo y ponerlo en un serio aprieto.
Un cementerio de hardware sobre nuestras cabezas. Los datos de la Agencia Espacial Europea (ESA) ayudan a completar el cuadro. Según sus estimaciones, habría en torno a 7.800 satélites en el espacio, buena parte de ellos sin actividad, y 36.500 piezas de basura espacial que pasan de los 10 centímetros. Desde luego, el proyectil de cuatro toneladas del 4 de marzo no es el primero que deja su huella en la Luna. A lo largo de las últimas dos décadas se han estrellado contra la superficie del satélite, como mínimo, el LCROSS, LADEE o Smart-1. Ninguno de esos casos puede compararse al de hace unas semanas, un resto que no enviamos a la Luna y sin origen claro.
Controlada… pero hasta cierto punto. ¿Están esos desechos vigilados? Sí. Aunque no de forma homogénea. Gran parte de la atención está puesta en el ámbito de LEO,
las órbitas terrestres bajas, situadas a una altitud que no suele pasar de los mil kilómetros y se utilizan, por ejemplo, para la ISS o las imágenes satelitales. Tras décadas de lanzamientos, la NASA reconoce que la región LEO es hoy «un depósito de chatarra», con millones de piezas de naves, fragmentos de pintura, partes de cohetes y satélites… Se estima que en la órbita baja terrestre hay unas 6.000 toneladas de basura. De mantener vigilada su deriva se encargan por ejemplo la firma LeoLabs, con oficinas en Menlo Park (California), o el Center for Space Domain Awareness, el conocido como CSDA.
Como recoge Nature, la Fuerza Espacial de EEUU se encarga de rastrear objetos hasta órbitas geoestacionales, a unos 35.800 kilómetros de la Tierra. La cuestión es: ¿Qué ocurre con la basura más alejada, más próximos a la Luna, situada a casi 400.000 km? El seguimiento en esos casos está en manos de grupos de investigadores como el de Vishnu Reddy, de la Universidad de Arizona, que rastrea de manera regular la posición de más de un centenar y medio de objetos situados en torno a la Luna, la inmensa mayoría basura espacial. El astrónomo Bill Gray, quien descubrió el desecho que ha acabado colisionado con nuestro satélite, señala de hecho que no hay ninguna organización que se encargue como tal de rastrear los objetos más distantes en el espacio.
Un sistema que puede (y debe) pulirse. Lo que acaba de ocurrir con el propulsor que impactó contra la cara oculta de la Luna es el mejor ejemplo de que el sistema puede mejorar. En un primer momento, hace años, el equipo de Gray concluyó que se trataba de un cohete de SpaceX y más tarde se apuntó a la misión china Chang’e 5-T1. La realidad es que todavía quedan dudas sobre el origen de la basura espacial que ha dejado una nueva mella en nuestro satélite natural.
No es el único punto débil del sistema. El profesor Don Pollacco, de la Universidad de Warwick, explicaba hace poco a Science Focus que incluso en la región más próxima la eficacia del control se reduce cuando hablamos de pedazos de escasas dimensiones. “Una vez que comienzas a estar por debajo del tamaño de la nave espacial, entonces no monitoreamos las cosas lo suficientemente bien como para saber continuamente qué hay. La cantidad de cosas pequeñas, incluso de diez centímetros de tamaño, realmente no se conocen, excepto a través de modelos».
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¿Y qué ocurre con toda esa basura? Aunque un buen número de fragmentos acaban incinerándose al caer en la atmósfera, lo cierto es que la basura ya está dando quebraderos de cabeza a los responsables de las misiones espaciales. Desde el 99 la Estación Espacial Internacional (ISS) ha tenido que hacer más de una veintena de maniobras para evitar escombros. En noviembre se vio obligada a hacer una operación similar para esquivar restos de un satélite chino. Por las mismas fechas, la estación vio también cómo una operación rusa la ponía en peligro.
¿Basura y/o negocio? «En todos los satélites se realizan cientos de maniobras cada año para evitar colisiones», abunda el MNH. Durante los últimos tiempos tanto organismos públicos como el sector privado, que ha visto una buena oportunidad de negocio, se han encargado de activar iniciativas para intentar paliar la basura que nos sobrevuela. Hay programas de control y monitoreo, como la red de seguimiento US Space Surveillance Network, y misiones que quieren acabar con al menos parte de los desperdicios, al estilo de Clear-Space-1. En ese empeño a la NASA o la ESA se suman, entre otras compañías, Privateer, Astrocale, Airbus, ExoAnalytic o incluso SpaceX. Donde la mayoría vemos basura se abre también un negocio que promete movilizar grandes recursos.
Una situación «insostenible». «Imagínese conduciendo por una carretera en la que hay más coches, bicicletas y furgonetas averiados que vehículos en funcionamiento. Esta es la escena a la que se enfrentan nuestros satélites en órbita terrestre», explica la ESA con una metáfora que recoge con claridad qué supone y qué puede suponer la basura espacial. Y zanja: «Nuestro comportamiento actual en el espacio es insostenible. Si continuamos como estamos, la cantidad de objetos en órbita dificultará la operación segura en el espacio. La cantidad de objetos en el espacio; incluyendo su masa combinada y su área combinada, está aumentando constantemente».
Aunque la ESA recuerda que la mayoría de los restos de cohetes y misiones a gran altura acaban eliminándose sin problema, emite algunas luces rojas: advierte de que los comportamientos en la órbita más baja «no están cambiando lo suficientemente rápido» y que, por término medio, cada año se registran 12,5 sucesos no planificados que generan escombros. Lo cierto es que solo un puñado de choques pueden generar un gran problema. La NASA estima que la destrucción de la nave Fengyun-1C en 2007 y la colisión accidental de una nave estadounidense y otra rusa en 2009 aumentaron los desechos orbitales en LEO aproximadamente un 70%.
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Y que se extiende a mayores distancias. Tampoco llega ya con que los esfuerzos de control se limiten a las órbitas más bajas. Alberto Águeda, de la compañía GMV, explicaba hace días a El País que hasta ahora lo que se registraba más allá de la Luna «no se ha percibido como un problema». El escenario podría cambiar a partir de ahora con el aumento de misiones que tienen como objetivo nuestro satélite natural. Solo este año tienen previsto llegar a allí media docena de naves.
A alturas más próximas nos enfrentamos al reto del aumento de satélites. La propia NASA ha reconocido su preocupación por los planes de SpaceX, embarcada en el proceso de desplegar una enorme constelación artificial para su sistema de Internet satelital. La firma de Elon Musk ha recibido ya permiso para desplegar 12.000, pero ha pedido autorización para añadir 30.000.
¿Qué estamos haciendo para evitarlo? Más allá de las iniciativas para monitorear la basura espacial o directamente eliminarla, a lo largo de los últimos años se han registrado algunas iniciativas que buscan imprimir cierto orden y coordinación en la generación de escombros espaciales. En 2002 por ejemplo el Comité Interinstitucional de Coordinación de Desechos (IADC) publicó unas pautas para «la mitigación de desechos espaciales», una suerte de base para establecer una legislación y normas técnicas. Entre las medidas se incluye el compromiso de que las naves no conserven combustible explosivo a bordo tras sus misiones, realizar maniobras para evitar colisiones o el requisito de que las naves en órbita terrestre baja deban retirarse al cabo de 25 años.
Imágenes Universe Today y ESA
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La noticia
Hay tanta basura espacial que hemos perdido el control de muchos objetos: cómo de grave es el problema
fue publicada originalmente en
Xataka
por
Carlos Prego
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