La Navidad de 1973 fue de todo menos tranquila en las oficinas de la NASA. Más o menos un mes antes, a mediados de noviembre, un equipo de tres astronautas había despegado rumbo a la estación Skylab para participar en una exigente misión —Skylab 4— de 84 días. El grupo partía con ganas y una agenda apretada que pretendía apurar al máximo su experiencia; pero muy a su pesar las cosas se le torcieron pronto y eso tensó las relaciones con el personal de tierra. Tanto, que Skylab 4 carga desde entonces con el «sambenito» de haber protagonizado la primera huelga espacial.
Su historia, que solo puede entenderse en el contexto de los últimos coletazos de la carrera espacial entre EE. UU y la URSS y por la limitada experiencia en misiones prolongadas, es un buen ejemplo de que, sencillamente, cuando las cosas se empeñan en torcerse es difícil enderezarlas. También de que un bulo repetido cien veces puede acabar adquiriendo la categoría de verdad.
84 días a todo trapo en el espacio
Para empezar, ¿Qué era exactamente Skylab?
La iniciativa se enmarcaba en el Programa de Aplicaciones Apolo y pretendía aprovechar el hardware del Proyecto Apolo para desarrollar la primera estación espacial de EE. UU. Con el propósito de construir Skylab, los ingenieros de la NASA se las apañaron para reconvertir la etapa superior de un cohete Saturno en un taller orbital. Su intención era que la nueva infraestructura espacial acogiese tres tandas de tripulaciones, cada una integrada a su vez por tres astronautas.
El primer equipo se alojaría en su interior 28 días y el segundo y tercero el doble, 56 jornadas. ¿Para qué exactamente? A bordo los astronautas debían realizar investigaciones en la órbita terrestre baja y experimentos sobre física y materiales, explorar mejor cómo se adapta el cuerpo humano durante estancias prolongadas en el espacio y completar observaciones del Sol y la Tierra.
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El programa arrancó con mal pie. A los pocos segundos del lanzamiento desde el Centro Espacial Kennedy, en EE.UU., el 14 de mayo de 1973, la estación espacial Skylab sufrió daños de calado que amenazaban con complicar su uso. A causa de las fuerzas aerodinámicas su escudo térmico, por ejemplo, se desprendió de la parte exterior del taller, lo que dejó la estructura desprotegida ante los intensos rayos del Sol. Sin su protección, la temperatura del interior empezó a subir y la NASA decidió aplazar la partida de la primera tripulación, prevista para el día siguiente.
Aquel equipo —bautizado Skylab 2— despegó el 25 de mayo y aunque al llegar a la estación comprobó los estragos que había sufrido pudo resolver parte del problema al desplegar un sistema de protección y desatascar el panel. Regresó a la Tierra el 22 de junio y apenas un mes después, el 28, le tomó el relevo la siguiente tanda de astronautas: Skylab 3. Su misión duró 59 días y fue tan eficiente que la NASA acabó apodando al equipo como la “tripulación al 150%”.
Con el listón bien alto y el ambicioso objetivo de pasar nada más y nada menos que 84 jornadas en el espacio, el 16 de noviembre le tocó el turno a Skylab 4.
Para ser justos, su tripulación —integrada por William R. Pogue, Edward G. Gibson y Gerald P. Carr— partía con un hándicap importante en la mochila: la falta de experiencia de su tripulación. Skylab 2 estaba comandada por Charles “Pete” Conrad, un veterano de Géminis y Apolo y al frente de Skylab 3 se puso nada más y nada menos que a Alan L. Bean, piloto del Módulo Lunar Apolo en el Apolo 12. El grupo que despegó el 16 de noviembre para tomarles el relevo, sin embargo, había participado en labores de apoyo, pero no acumulaba esa valiosa veteranía en vuelos espaciales.
¿Resultado? A pesar de la resistencia que había mostrado durante las pruebas en el Centro Espacial Johnson, en Houston, Texas, al poco de llegar a la estación Skylab Bill Pogue enfermó. Aquejado probablemente del mal del espacio, sufría vómitos que le impedían afrontar sus tareas. A sus compañeros no les quedó otra que buscarse la vida y reorganizar su carga de trabajo.
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Para colmo Skylab 4 había despegado con una exigente hoja de ruta, planificada al dedillo. Los responsables del programa querían que en vez de los 56 días previstos en un inicio la misión se extendiese durante 84 y eso se tradujo en más experimentos y responsabilidades. Para rizar aún más el rizo, los científicos incluyeron en la agenda de Gibson y sus compañeros observaciones del cometa Kohoutek, recién descubierto, lo que les exigía afrontar más paseos espaciales. Con el propósito de ajustar el timing, se omitió la fase en la que debían adaptarse a órbita.
Quizás por falta de experiencia o para no alarmar a los compañeros de la NASA, el equipo comandado por Carr decidió ocultar durante un tiempo que Pogue padecía vómitos; pero la treta les salió mal. No contaron con un factor clave: los micros que recogían cuanto decían a bordo.
“Queríamos organizarnos antes de que comenzara el gran revuelo en Tierra, así que decidimos retrasar comunicarles que Bill estaba enfermo”, recuerda Gibson, el único tripulante que sigue vivo, a la BBC. Cuando su secreto se descubrió, a Alan Shepard, jefe de la Oficina de Astronautas, no le gustó un pelo. “Se puso en línea y nos regañó”, relata el exastronauta, que reconoce, casi medio siglo después, que al equipo de Skylab 4 no le hizo gracia que la reprimenda fuera pública.
Aquello caldeó los ánimos y tensó aún más la relación entre la tripulación a bordo de Skylab y el equipo que la apoyaba en tierra. Sin apenas tiempo para conocerse antes del despegue y con la tensión que marcaba la exigente hoja de ruta, no llegó a cuajar el feeling. “Realmente no logramos una buena relación de trabajo”, admite Gibson antes de explicar cómo los contactos entre ambas partes arrancaban siempre con un bombardeo de preguntas, instrucciones y demandas.
“Cualquiera que haya sido ‘microgestionado’ sabrá que es insoportable durante una hora, pero intenta vivir así las 24 del día teniendo una jornada diseñada minuto a minuto”, anota el exintegrante de Skylab 4. Con su compañero todavía enfermo, el resto asumió agotadores turnos de 16 horas y durante el primer mes incluso decidió saltarse sus días de descanso programado.
«Las repetidas peticiones de los astronautas al Control de la Misión para que se aligerara su calendario no fueron atendidas durante varias semanas, lo que provocó tensiones entre la tripulación y tierra. El director de vuelo del Skylab, Neil B. Hutchinson, admitió más tarde que los controladores de tierra se equivocaron en la planificación de los plazos durante la primera parte de la misión del Skylab 4», reconocía décadas después la propia agencia espacial estadounidense.
Y llegó el segundo error…
Con ese telón de fondo, relata Gibson, se cometió “el segundo error”, el que —andado el tiempo— ha generado el mito del “motín espacial” y acabaría, en cierto modo, empañando su misión.
Según cuenta el exastronauta, con el propósito organizarse decidieron que solo uno sintonizaría la sesión informativa de las mañanas. Para hacerla algo más llevadera acordaron establecer turnos. “Funcionó muy bien, pero en nuestra condición de fatiga allá arriba un día se cruzaron nuestras señales y no hubo nadie escuchando”, reconoce Gibson, que hoy suma 85 años .
En total el equipo de Skylab 4 habría estado sin comunicarse una órbita completa de la Tierra, alrededor de 90 minutos. Como por entonces —comienzos de los años 70, recordemos— debían aprovechar los 10 minutos durante los que Skylab pasaba por encima de las estaciones de control terrestre para comunicarse, un silencio tan prolongado no tardó en generar inquietud en la NASA.
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“La palabra motín llegó a la velocidad de la luz a toda la sala de control y los medios de comunicación, que se deleitaron con eso. En la Tierra lo interpretaron como una huelga; pero no fue intencional, sino nuestro error. Los medios crearon este mito que ha estado flotando por ahí desde entonces y con el que hemos tenido que vivir”, lamenta Gibson antes de tirar de ironía para explicar lo ocurrido en 1973: “¿Qué íbamos a hacer? ¿Amenazar con vivir en la Luna?”
En un intento por despejar la leyenda urbana del «motín espacial», en noviembre de hace dos años, coincidiendo con el 47 aniversario del inicio de la misión, la NASA dio su versión del incidente.
El relato es algo distinto, pero lo achaca igualmente a un malentendido. Según detalla, debido a su propia trayectoria, el 25 de diciembre el Skylab permaneció fuera del alcance de las estaciones de seguimiento durante toda una órbita, cerca de 90 minutos. Cuando ese trance se superó, el oficial de asuntos públicos explicó: «El Skylab ha vuelto… después de una revolución completa sin contacto». «Un malentendido de este evento puede haber llevado a la interpretación incorrecta de que la tripulación había apagado la radio de la estación», reflexionan desde la NASA.
Al final de ese día, y tras un paseo espacial de siete horas de Carr y Pogue, Richard H. Truly bromeó con la tripulación desde el control: «Oigan, si quieren, supongo que pueden tomarse mañana libre». «Mañana tendremos nuestro servicio de respuesta», replicó Carr. Hace dos años Jerry reconocía que el descanso sirvió a la tripulación para reponerse, pero deslizaba que se habían descuidado con las radios. En cualquier caso, no se puede aventurar que el equipo se tomase el impasse por su cuenta y riesgo. La NASA asegura que era lo habitual tras un paseo espacial como el de la víspera.
En cuanto al 27 y 28 de diciembre, fechas en las que algunas teorías sitúan el supuesto motín, la agencia espacial estadounidense argumenta que la actividad de la tripulación está bien documentada e incluyó pruebas médicas, experimentos e incluso una conferencia con científicos. Lo innegable es que apenas unos días más tarde, el 30 de diciembre, la tripulación de Skylab mantuvo una charla por radio con Truly que pareció facilitar el trabajo y aligerar la presión en la estación espacial. A partir de ese momento, reconocen la NASA y los astronautas, la cosa mejoró de forma notable, cesaron los incidentes por el cronograma y el equipo incluso aumentó su productividad.
El 8 de febrero de 1974, cinco días después de su cuarta y última caminata espacial y tras una estancia récord de 84 días, los astronautas del Skylab 4 completaban su misión espacial con un amerizaje en el Océano Pacífico. «Habían logrado más ciencia de la prevista«, destaca la NASA. Su buen balance final no evitó que The New Yorker publicase en agosto de 1976 un artículo sobre la supuesta «huelga de brazos caídos» y la teoría ganase fuerza con el paso del tiempo.
«No es muy divertido haber entrenado tanto, hacer un buen trabajo y que luego una historia así sobre nosotros se recuerde para siempre. Cada vez que alguien habla de ese vuelo surge la huelga. Estoy seguro de que Dios me preguntará cuando llegue al cielo, si es ahí donde voy, sobre lo que pasó», lamenta Gibson, quien reconoce, en cualquier caso, sentirse «orgulloso»: «Hicimos un buen trabajo que motivó a la NASA y la preparó para construir la Estación Espacial Internacional».
No solo eso. Su ejemplo demostró que las planificaciones calculadas al milímetro están muy bien en ciertos ámbitos, pero no pueden extenderse a todos. «Nuestra misión demostró que la microgestión no funciona, excepto en una situación como el despegue o el reingreso, que así lo exige».
Imágenes | NASA
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La noticia
Skylab 4: la verdadera historia detrás del famoso «motín en el espacio» ocurrido hace casi 50 años
fue publicada originalmente en
Xataka
por
Carlos Prego
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