En enero, un enfermo terminal recibió un corazón de cerdo. Ahora sabemos que estaba infectado con un virus porcino

En enero, un enfermo terminal recibió un corazón de cerdo. Ahora sabemos que estaba infectado con un virus porcino

Hace unos meses, contábamos esperanzados que habíamos dado un paso de gigante en el mundo de los xenotrasplantes. Un enfermo terminal había conseguido vivir casi tres meses con un corazón de cerdo en el pecho. Ahora acabamos de conocer que, por lo que sabemos, el fracaso del trasplante pudo deberse a un (bien conocido y, sobre todo, evitable) riesgo: un virus porcino.


Un corazón de cerdo latiendo en el pecho. A principios de enero, un equipo del Centro Médico de la Universidad de Maryland (EEUU) trasplantó un corazón de cerdo genéticamente modificado a David Bennett, un norteamericano de 57 años para el que la operación era su última oportunidad. Era una operación realmente peligrosa. De hehco, pese a la gran cantidad de avances que se han hecho al respecto, la FDA solamente la permitió bajo las normas de «uso compasivo» ante la inminencia de la muerte del paciente.

Durante los primeros meses del año, las noticias que llegaban desde Universidad de Maryland era que el corazón del cerdo funcionaba correctamente y Bennett parecía estar recuperándose lentamente. Sin embargo, a principios de marzo su estado de salud empeoró rápidamente y finalmente murió. Desde entonces, científicos de todo el mundo han estado esperando los primeros informes sobre la muerte para seguir avanzando en el desarrollo de los xenotrasplantes.

El virus. El 20 de abril, Bartley Griffith, cirujano a cargo del trasplante, dio una charla en la Sociedad Estadounidense de Trasplantes: lo que contó dejó a todo el mundo desconcertado. Según explicó, los análisis confirmaban que David Bennett estaba infectado por un citomegalovirus porcino. “Estamos empezando a saber por qué falleció. Quizá [el virus] fue el actor, o podría ser el actor, que desencadenó todo”, decía Griffit en la MIT Technology Review.

Poco importa, realmente. Como recordaba Rafael Matesanz, uno de los mayores expertos españoles en El País, cuando en la década de 1990 se implantaron riñones de cerdo en monos, se descubrió que junto a los órganos también viajaban los retrovirus endógenos porcinos y que precisamente estos estaban detrás de muchos de los problemas ocasionados.

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Una de las piedras de bóveda de los nuevos xenotrasplantes es que, por fin, teníamos la tecnología necesaria para «limpiar» esos órganos y convertirlos en elementos seguros. ¿Qué hacía un citomegalovirus porcino en el paciente (haya causado este el fracaso del trasplante o no)? Esa es la pregunta que ahora toca a resolver a toda prisa. Sobre todo, porque sabemos que la tecnología es segura.

De nuevo, el fantasma de Gelsinger. No es la primera vez que un fallo de bulto que no tiene que ver con la tecnología en cuestión acaba desencadenando un parón de décadas en una línea de investigación. Llevamos mucho tiempo buscando el «santo grial» de los trasplantes y un revés de este tipo puede ser una de las peores noticias del año.

Imagen | Universidad de Maryland


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Javier Jiménez

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