Crítica de After Life: Ricky Gervais concluye su historia de humor filoso y ácido

Crítica de After Life: Ricky Gervais concluye su historia de humor filoso y ácido

El estreno de After Life, hace ya tres temporadas, representó todo un desafío para Ricky Gervais: integrar su humor corrosivo y desenfadado a una lógica de consumo masivo y menos susceptible a los exabruptos como es la que define a Netflix. Actor, guionista y director que impactó con su estilo desde The Office –pasando por varios shows que llevaron su nombre y la conducción explosiva de eventos de premiación-, esta vez concentró su mundo en un único personaje de ficción: Tony, periodista de un diario local cuya vida apacible y suburbana se desmorona irremediablemente tras la muerte de su esposa Lisa (Kerry Godliman). Cuando empieza la serie, allá por 2019, encontramos a Tony en plena depresión, al borde del suicidio, y dispuesto a hacerle saber al mundo que el desconsuelo puede convertirse en la mejor arma para el humor.

Es que la estrategia de After Life, y la que de alguna manera desconcertó a varios críticos, consistía en convertir la pena en un cruel malhumor, que al eliminar todo filtro social era capaz de descargar en quien se cruce en su camino ese dolor que no podía mitigar. En la primera temporada, cada escena mostraba a Tony con un personaje distinto: Matt (Tom Basdem), su cuñado, editor de The Tumbury Gazette; sus compañeros de trabajo, que incluían a Kath (Diane Morgan), la frívola encargada de publicidad, Lenny (Tony Way), el perezoso diseñador, y Sandy (Mandeep Dhillon), la nueva pasante; Emma (Ashley Jensen), la enfermera del geriátrico donde reside su padre; Pat (Joe Wilkinson), el cartero, Roxy (Roisin Conaty), la prostituta, y Anne (Penelope Wilton), una viuda que conoce en el cementerio. El humor nacía de esas conversaciones: el duelo aceraba el filo de sus intervenciones, que oscilaban entre la agresión y la ácida complicidad. Gervais era el amo y señor, comenzaba desahuciado y se encargaba de demostrarnos que es mejor el enojo que la apatía para mantenerse vivo hasta el día siguiente.

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Foto: Netflix

En la segunda temporada, Gervais decidió abrir el juego. Ya no solo eran Tony y sus interacciones, enraizadas en un humor filoso e intransigente, sino la confección de un mundo con cierta autonomía, que existía más allá de su presencia. Por ello aparecieron escenas en las que Tony ya no estaba presente: el teatro comunitario, la relación entre el cartero y la prostituta, la nueva familia de Lenny. La clave ya no solo era el ingenio en la escritura de los diálogos y la constante tentación del suicidio como salida exprés ante un conflicto intolerable, sino la gestación de una cofradía de perdedores, entre los que existía Tony sin ser el único centro de gravitación. Lo que ocurrió fue que la serie perdió parte de esa crueldad que distingue a Gervais, se tornó más reflexiva en relación a lo que el duelo implica en la vida del personaje y se excedió en cierto regodeo en las lágrimas.

Un ejemplo en este sentido fue la relación entre Tony y Emma, la enfermera con la que comienza a salir como en El día de la marmota: cada día es igual al anterior, no hay deterioro ni tampoco progresión. Ese acuerdo no altera la presencia de Lisa en su vida, a través de los incesantes videos que mira en el día y antes de dormir, los sueños y los recuerdos que la mantienen viva en su memoria. En esa línea pesa menos el humor que una idea capital que recorre la serie: hay penas que nunca se superan. Gervais no solo se permite los chistes sobre la muerte, el cáncer y los temas más espinosos, sino que destierra la noción misma de superación que siempre define el camino de los desconsolados. Hay ausencias con las que hay que convivir, incluso con los días sombríos en los que es preferible morir, y esa vida puede ser tan plena como la de aquellos que creen en empezar de nuevo.

La tercera y última temporada de After Life decide cerrar el círculo. Gervais recoge algo del humor que había perdido en la segunda entrega en favor de las reflexiones emotivas y a veces desgarradoras, y reubica a Tony como eje del universo. Una nueva secuencia de montaje al inicio resume la transición: la reconciliación de Matt y su esposa, la atípica familia de Lenny, la nueva relación entre Anne y el dueño del periódico. El nuevo estado de Tony es de evaluación: ¿podrá funcionar con Emma el esquema de El día de la marmota? La presencia de Lisa sigue siendo tan efectiva como en las temporadas anteriores: cada una de sus apariciones, en videos hogareños, salidas dominicales o festejos familiares, nos hace comprender por qué resulta tan difícil vivir sin ella. Gervais esquiva la concesión de instalar a Emma como una alternativa a lo perdido, una especie de nueva versión de aquella magia magnificada por la muerte. Emma es intuitiva y perspicaz, por ello esquiva el convertirse en la destinataria de esa reparación.

Hay dos personajes que faltan: Roxy, la trabajadora sexual, y Sandy, la becaria que trabajaba en el diario. La primera aparece como tema de discusión en los encuentros entre Tony y el cartero Pat, el novio atribulado por el qué dirán. En esta línea, Gervais ironiza sobre el rol de casamentero de Tony, que intenta armar parejas que parecen siempre guiadas por la mano del destino (el encuentro frustrado entre Anne y el dueño del diario durante el espectáculo teatral del final de la segunda temporada se concretó por azar en el cementerio). La salida de Sandy ofrece una perfecta oportunidad a la serie para incorporar con Coleen (Kath Hughes), la nueva pasante, el ritmo sardónico que parecía haberse relajado. Cada uno de sus comentarios sobre las expectativas laborales, el infierno familiar o las dificultades del mercado inmobiliario, permiten un espejo juvenil del simpático pesimismo de Tony, capaz de sostenerse con efectiva autonomía.

En el panorama de la comedia inglesa de los últimos años (Fleabag, Back to Life, This Way Up) lo que asombra de After Life es su persistente adherencia al formato convencional de la comedia de situación, cuya puesta en escena se torna reiterativa, su estructura se agota en algunos pasajes y no logra potenciar la narrativa más allá de la efectividad de las situaciones cómicas y el talento de los comediantes. Un ejemplo es la reaparición en el geriátrico de un nuevo internado al que Tony visita involuntariamente en sus encuentros con Emma. Los chistes son los mismos que intercambiaba con su padre desmemoriado, situados casi en los mismos encuadres. Más allá de las sonrisas que pueda despertar la estrategia, la conclusión no es otra que la repetición de una fórmula probada. Los méritos finales siguen siendo la equilibrada combinación entre humor y tragedia que encuentra en la confianza de Gervais su última garantía.

After Life está disponible en Netflix.

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