Puede sonar extraño en 2022, con Netflix, HBO, Ororo, Spotify y una vasta oferta de canales de tele y emisoras —además de webs y redes—, pero no hace ni un siglo y medio el aburrimiento era un enemigo siempre al acecho. Sin un buen libro, sin alguien con quien charlar y sin dinero para pagarte una entrada al teatro, pasar una lluviosa velada de invierno en casa podía ser un muermo. A finales del siglo XIX, M.S.J. Booth se dio cuenta de que muchos de sus vecinos de Londres se aburrían como ostras y decidió solucionarlo montando un negocio, uno único y con los últimos adelantos técnicos: lanzó, más o menos, y salvando las distancias, un “Spotify victoriano”.
Electrophone, que así se llamaba el negocio de Booth, consistía en un servicio de retransmisión de música y piezas teatrales por línea telefónica. No era una novedad en sentido estricto —estaba en sintonía con iniciativas similares en otros países europeos y la firma Moseley & Sons ya había hecho algo parecido en Manchester—, pero sí consiguió popularizarse y convertirse en un referente.
Su funcionamiento era bastante sencillo. El cliente abonaba una cuota a la London Electrophone Company y cada vez que quería escuchar un concierto o una obra cómodamente recostado en su sofá descolgaba el teléfono de casa y conectaba vía operador con la centralita de Electrophone. Desde allí uno de sus empleados le enumeraba la lista de auditorios, teatros e iglesias en los que tenían instalados receptores. El cliente solo tenía que escoger para que lo conectasen.
Línea directa con los teatros
Para que la experiencia fuera lo más cómoda posible, Eletrophone Company instalaba en los hogares de sus clientes una pequeña mesa provista de ganchos y auriculares. En las salas en las que captaba el sonido fijaba filas de micrófonos con una filosofía clara: en la medida de lo posible, debían pasar desapercibidos. Si se trataba de teatros los ocultaba frente a las candilejas y en las iglesias echaba mano incluso de biblias de madera. Su centralita estaba enlazada a la Royal Opera House, el Palace Theatre, Apollo, Pavilion o Tivoli, entre una larga lista de salas repartidas por la City. A lo largo de la retransmisión, el cliente podía pedirle al operador que cambiase el servicio.
La Electrophone Company se montó en 1894 y entró en servicio en 1895. Sus líneas las suministraba la National Telephone Company. Solo unos años después, en 1906, aseguraba estar conectada ya a 14 teatros y 15 iglesias. Sus oficinas centrales estaban situadas en Pelican House, en pleno corazón del Soho londinense, una ubicación ideal por su cercanía a los teatros. El servicio, eso sí, no era barato. Según detalla British Telephones, en 1895 la tarifa del primer año se estableció en 15 libras, precio que más tarde se reducía a 10 con derecho a cuatro receptores y acabó en 5 con opción a dos auriculares —si querían más pagaban un plus— , cantidades, en cualquier caso, que no estaban al alcance de todos los bolsillos en la Gran Bretaña de finales del XIX e inicios del XX.
El área que cubría la compañía en Londres era más o menos extensa, lo suficiente como para prestar servicio incluso a clientes de Stratford y Sidcup, a casi 20 kilómetros de la almendra central de la City, con la tarifa de 5 libras. En su primer año el Electrophone sumaba solo 47 clientes, pero para 1908 la cartera de suscriptores rondaba ya los 600. Quienes no podían permitirse la cuota tenían otras opciones, como el Electrophone Saloon, un salón desde el que podían escuchar las retransmisiones, y máquinas de uso público que funcionaban introduciendo monedas.
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La calidad del sonido, por lo general, convencía a los clientes, lo que no quita que de vez en cuando hubiera quejas por el ruido que captaban los micrófonos o la debilidad con la que llegaba la señal a largas distancias. Bueno o malo, el servicio tuvo el éxito suficiente como para que en 1906 la mismísima reina se dirigiese a Electrophone para instalarlo en Sandringham.
M.S.J. Booth no fue el único que se aprovechó de las posibilidades que ofrecían las líneas telefónicas a finales del siglo XIX. Ni siquiera el primero. En la exposición que París dedicó a la electricidad en 1881 se habían instalado ya máquinas que funcionaban con monedas para que los usuarios pudiesen escuchar actuaciones en directo. En Budapest, por ejemplo, el inventor Tivadar Puskas instaló un servicio al que llamó Telefon Hirmondo. Quienes comprendieron su potencial lo aprovecharon también para la retransmisión de otros contenidos, como noticias o información relevante de la bolsa. Incluso Electrophone emitía sermones los domingos.
No hay triunfo que dure mil años, sin embargo, y a pesar de toda su popularidad el Electrophone no tardó en sucumbir a una nueva tecnología, mucho más poderosa y asequible: la radio. Tras varias experiencias exitosas, en 1899 Guglielmo Marconi lograba la comunicación por radio entre Inglaterra y Francia a través del Canal de la Mancha y en junio de 1920 retransmitía un recital de canciones de Dame Nellie Melba a través de un transmisor telefónico que se escuchó en varios países.
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A pesar de la resistencia de los periódicos tradicionales y la Oficina de Correos, el nuevo servicio fue calando poco a poco en la sociedad británica. A finales de 1922 la BBC iniciaba sus transmisiones de radio diarias con 2LO London, y arrojaba la palada de tierra definitiva sobre el vetusto Electrohone, asfixiado por los costes que pagaba para mantener su servicio. Echó el cierre en 1925.
Imágenes | Central News Photo Service (Wikipedia) y Midnight Believer (Flickr)
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La noticia
Cinco libras anuales y una línea de teléfono: cómo funcionaba el Electrophone, el «Spotify» del siglo XIX
fue publicada originalmente en
Xataka
por
Carlos Prego
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