Parece una contradicción, un sinsentido, pero solo lo parece. Cada vez somos más personas en el planeta y cada vez son más frecuentes los desastres naturales. Sin embargo, y a pesar de la deriva de esos dos indicadores, cada vez, también, las inundaciones, sequías, lluvias torrenciales, olas de calor y demás fenómenos climáticos extremos se cobran menos víctimas. Y para muestra un botón: desde 1970 el número de desastres se ha quintuplicado, alza que los expertos asocian, entre otros factores, al cambio climático; pero el número de muertes es hoy tres veces menor.
Y todo, ojo, pese al aumento de población en el planeta: si en 1950 vivíamos alrededor de 2.540 millones de personas en la Tierra, en 2020 éramos ya 7.790 millones.
¿Cómo es posible?
Un sinsentido con mucho sentido
Hace unos meses la Organización Meteorológica Mundial (OMM) publicó un informe con una advertencia clara: los «desastres relacionados con el clima» han aumentado desde los años 70. En concreto, se han multiplicado por cinco a lo largo de las últimas cinco décadas. Y no lo han hecho porque sí, sino, en buena medida, gracias a nuestra ayuda. Según sus cálculos, en los años 80 se registraron 1.400 incidentes —sus tablas incluyen fenómenos meteorológicos, climáticos e hídricos extremos— y en los 90, algo más de 2.200. En la primera década del siglo XXI se alcanzaron los 3.500 y durante la última, la que abarca de 2010 a 2019, se rozaron los 3.200.
El alza se explica para los técnicos de la OMM por la suma de varios factores. La comunicación y las herramientas de las que disponemos para saber lo que ocurre en la otra punta del planeta están hoy, por ejemplo, mucho más engrasadas que en la época de Elvis y eso deja una huella innegable en las estadísticas. Para la organización hay sin embargo otro factor que está igual de claro: la influencia de la humanidad en el clima, en el calentamiento de los océanos o las olas de calor.
El cambio climático es, ante todo, una cuestión de dinero: esto costaron los desastres de 2021
«La cantidad de fenómenos meteorológicos, climáticos e hidrológicos extremos está aumentando, y esos episodios serán más frecuentes y graves en muchas partes del mundo como consecuencia del cambio climático», destacaba Petterie Taalas, Secretario General de la OMM: «Eso significa más olas de calor, sequías e incendios forestales. Hay más vapor de agua en la atmósfera y eso exacerba las lluvias extremas e inundaciones mortales. Además, el calentamiento de los océanos ha modificado tanto la frecuencia de las tormentas tropicales más intensas como la zona en la que se producen».
Curiosamente, ese aumento en el registro de desastres ha coincidido con un descenso en el de víctimas. En contra de lo que indica el sentido común, mientras el balance de catástrofes engordaba, el de fallecidos adelgazaba. Los datos de la OMM son claros, también: de más de 50.000 muertos en la década de 1970 —se tienen en cuenta los incidentes relacionados básicamente con el clima y el agua— se pasó a menos de 20.000 en la de 2010. De una media de 170 diarios en los años 70 y 80, se bajó en los 90 a menos de un centenar diario y a 40 en los inicios del XXI.
Aunque sus totales no coinciden con los de la OMM, el panel elaborado por Our World in Data basándose en datos de EM-DAT, en el que se incluye una amplia gama de sucesos que abarca las sequías, terremotos, erupciones volcánicas, inundaciones, tormentas, deslizamientos de tierras, olas de calor e incendios forestales, dibuja una tendencia similar. Si en la década de 1920 se registraba un promedio anual de más de 500.000 muertes relacionadas con catástrofes naturales —ya solo la sequía y la hambruna acabaron con la vida de más de tres millones de personas en China entre 1928 y 1930—, en el primer decenio del XXI el indicador había descendiendo por debajo de 50.000.
Detrás de esa aparente contrasentido está, explica la OMM, nuestra propia preparación ante las catástrofes naturales. El organismo constata que cada vez las afrontamos y manejamos con más eficiencia y eso, al final, está ayudando a salvar vidas. «La mejora de los sistemas de alerta temprana multirriesgo ha dado lugar a una reducción significativa de la mortalidad. Sencillamente, somos mejores que nunca para salvar vidas”, destaca Taalas, quien advierte, en cualquier caso, que todavía queda trabajo por delante para seguir reduciendo el saldo global de fallecidos.
Las tareas aún pendientes
«Solo la mitad de los 193 miembros de la OMM tienen sistemas de alerta temprana multirriesgos y existen graves lagunas en las redes de observación meteorológica e hidrológica en África, algunas partes de América Latina y en los estados insulares del Pacífico y el Caribe», advierte el directivo de la OMM. Es más, aunque inundaciones como las registradas el año pasado en Centro Europa, donde dejaron más de 200 fallecidos, demuestran que las catástrofes naturales afectan a todo el planeta; lo cierto es que más del 91% de las muertes notificadas entre 1970 y 2019 se concentraron en los conocidos, siguiendo la terminología de Naciones Unidas, como países en desarrollo.
“Se salvan más vidas gracias a los sistemas de alerta temprana, pero también es cierto que el número de personas expuestas al riesgo de desastres está aumentando debido al crecimiento de la población en las áreas expuestas a amenazas y la creciente intensidad y frecuencia de fenómenos meteorológicos», concuerda Mami Mizutori, directora de la UNDRR. Los desastres que más vidas se llevan por delante, al menos en los últimos 50 años, son las sequías, las tormentas, las inundaciones y las temperaturas extremas. Solo en España, la ola de calor que sacudió al país en 2003 dejó un saldo, según los datos de la propia OMM, de algo más de 15.000 fallecidos.
Lo que no remite es la huella económica de los desastres naturales, el saldo de las catástrofes en euros y dólares contantes y sonantes. El informe de la OMM cuantifica 3,6 billones de dólares en pérdidas entre 1970 y 2019, una suma que ha ido engrosándose con el paso de las décadas. «Las pérdidas económicas se han multiplicado por siete desde la década de 1970 hasta la de 2010. Las pérdidas declaradas entre 2010 y 2019 (US$ 383 millones por día en promedio durante la década) fueron siete veces la cantidad reportada entre 1970 y 1979 (US$ 49 millones)», zanja.
La falta de agua no sólo se debe a la sequía: el impacto de las eléctricas con el vaciado de embalses
También en esto los desastres naturales reflejan las desigualdades a nivel global. En el «TOP 10» de catástrofes elaborado por la OMM se da una curiosa divergencia: si se tienen en cuenta el número de muertes, los fenómenos con mayor impacto registrados a lo largo de las últimas cinco décadas se concentran principalmente en África y Asia, aunque también hay algún episodio localizado en Rusia y Venezuela; si se valora, sin embargo, el alcance económico, prácticamente todos los casos se registran en Estados Unidos, con un registro especialmente intenso en lo que va de siglo.
En una línea similar, hace solo unas semanas el informe ‘2021 Tiempo, Clima y Catástrofes’, elaborado por la consultora Aon, calculaba que solo el año pasado los fenómenos meteorológicos habían dejado una factura global de aproximadamente 329.000 millones de dólares, lo que convertía a 2021 en el tercer ejercicio registrado con un mayor volumen de pérdidas.
Otra magnitud para medir un problema que parece ganar envergadura.
Imagen de portada | Hayward Jonathan/CP/ABACA
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La noticia
Cada vez hay más fenómenos meteorológicos extremos. A cambio, están dejando menos víctimas que nunca
fue publicada originalmente en
Xataka
por
Carlos Prego
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